martes, 14 de diciembre de 2010

Pasea por el centro.
Levanta los ojos.
En las alturas se ventilan los arreglos de colores, las fachadas pastel, la expropiación revisionista de la arquitectura perfecta y preciosa.
Las ventanas de clones de clásicos, las contraventanas que se parecen a, con sus marcos de volutas que pretenden.
Cada rato te encuentras con un tapiado. Y hay puertas con cadenas y agujeros de ladrillos por donde se cuela el viento de gatos. Las persianas enseñan lámparas y cuadros y manchas con formas curiosas.
Y en algún balcón, la ropa tendida, que se moja y se seca y se hace un guiñapo amarillo de años, y hasta la ventana a medio abrir que se asoma a los platos del escurrimiento perpetuo.
Hay timbres con nombres que casi parece que suenan. Tócalos.
Hay plantas huérfanas de abuelas que las rieguen, y que se hacen su sitio en la selva cuasimuerta, y pelean en esa decadencia asombrosa en la que se convierten los geranios y los cactus.


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