miércoles, 15 de junio de 2011

La indignación nace en las tripas. Se abre paso durante años, sibilina, oscura. Nos pone tensos y nos vuelve duros como piedras.

Tarde o temprano revienta y se convierte en fuego. Nos llena la boca de frases, los ojos de un brillo que hiere y nos convierte en una maza humana.

Es una gran fuerza que corre por las calles y bulle por las venas. Nos hace palpitar juntos. Progresa y revienta, y al final es una pulsión del cambio que merece la pena.

Nace en las tripas, pero tarde o temprano merece transformarse, ir a parar a algún otro lado.

Toda esta historia de los indignados y del movimiento, que sirve lo mismo para el rey que cae que para la invención de la rueda, se merece cerebro y gente que piensa. Se merece optar por la construcción de un cambio, de una construcción latiente de sinergia, un pasito tras otro de descubrir que el mundo se transforma con el mero hecho de pensarlo, de ponerlo en común, de montarlo. Como un lego, pieza a pieza y todos juntos.

Barrio a barrio, gente a gente. Necesidad/objetivo. Objetivo/acción. Acción/evaluación. La revolución en cadena.

No necesita de la explosión constante. No nos hace falta tomar las bastillas. No cambiaremos a base de gritos que llenitos de bilis, del odio perpetuo que nos vuelve personajes siniestros con ganas de juerga.

La mordida mayor al sistema es volvernos buenos. Ser felices. Eso nunca computa.

No convertirnos en perros de presa, hacernos felices lasies críticas y sintientes, que se juntan y debaten y ponen en marcha cosas que funcionan y perduran y merecen la pena.

El odio y el grito siempre son un combustible barato para el sistema. Te escupen y explotas en furia, y te conviertes en el esclavo que protesta.

Yo querría un mundo que cambiara por desuso. No necesito un derribo a base de reventones y bofetadas. Quiero a la gente despierta y pensando: ¿qué tal si dejamos esa máquina vieja, esa tan fea, que se nutre de sangre y que chirría y que le prende fuego a los niños, y empezamos una nueva?

Si nos limitamos a jugar al juego de cambie-usted-y-reciba-su-palo, si para cada agresión pretendemos la respuesta, y funcionamos a rebufo del insulto, y hacemos gala de sus armas en su contra, entonces nos daremos de cabeza contra una puerta que ya está abierta.

Sus armas son suyas. Son más grandes, disparan lejos, las llevan usando una infinidad de tiempo. No deberían ser las nuestras.

A lo mejor es que somos dependientes del estatus de víctima y no encajamos en eso de ser los vencedores.

A lo mejor tenemos un espíritu de revolucionarios ad eternum, de guerrero kamikaze. Que nos empeñamos en no ponernos al tajo, oiga, que vivir con taquicardia parece un atajo, no vaya a ser que el futuro nos depare algo constructivo y bueno de ir sonriendo como idiotas.

De corre, corre, y a ver dónde llegas.

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